¿Quién dice que una guitarra no puede salvar tu mundo?... Hasta siempre, Daniel Johnston
No sé qué tiene septiembre, pero está por demás decir que ha resultado un mes histórico para la humanidad.
Entre sus días han corrido inicios y finales de revoluciones. Muertes, desapariciones, movimientos de causas sociales y también, la despedida de grandiosas personas que sumaron su talento al mundo volcando la parte más profunda y cuerda de sus mentes para defender sus existencias.
Hoy por la tarde se confirmó la muerte de Daniel Johnston. El artista que grabó 18 discos y algunos consideramos un ente inmortal, que a la distancia sonora le canta a nuestros malestares, al amor y a la tristeza.
Fue el maestro del lo-fi e inspiró a grandes artistas como Kurt Cobain y Thom Yorke. A lo largo de su carrera, que inició en los ochenta, se dedicó a componer con elementos únicos como un sentimiento puro y mucha honestidad. Realizó interesantes proyectos musicales y tuvo una gira con casi todos los miembros de Beirut y Built To Spill.
El día que lo conocí, yo atravesaba una de las peores rupturas amorosas que hasta el momento he tenido. Todavía no me diagnosticaban la ansiedad, y sobre mi personalidad sólo sabía que soy del tipo de persona que no maneja muy bien sus miedos ni emociones.
Si alguna vez has tenido una de esas crisis en las que todo colapsa y sientes que no puedes respirar ni llorar, y solo quieres ir a casa para estar a salvo, sabrás que en medio del caos lo único que te hace mantenerte cuerdo es aferrarte a algo con todas tus fuerzas. Yo me aferré a Daniel Johnston.
Ese día, en mi shuffle, comenzó a sonar una canción que hablaba sobre las cosas que duran un largo tiempo y, en ocasiones, toda una vida, por lo que me rompí y comencé a llorar. Lo hice por casi diez minutos con "Some Thing Last a Long Time" en un loop infinito.
Cuando la catarsis sucedió, mi parte obsesiva quiso saber todo del artista que me dio el abrazo que necesitaba y no me atrevía a pedir.
Decían que era texano y que había nacido el 22 de enero de 1961. De a poco, conforme fui conociendo su vida, me di cuenta que los colores a mi alrededor tomaban forma y que era sábado. Un día en el que me desvelaría hasta las cuatro de la mañana en compañía de Daniel.
Él tenía un trastorno bipolar crónico y esquizofrenia. También escuchaba voces en su cabeza y veía cosas extrañas que nadie más podía presenciar. Tuvo un accidente en una avioneta con su padre y vivía junto a él componiendo música la mayor parte del tiempo.
Era un monstruo hermosísimo con un talento impresionante que iba y venía entre mil ideas asombrosas, la gran mayoría oscuras, y no siempre recordaba lo que decía ni lo que escribía. Le gustaba fumar, la Coca-Cola y comer pizza.
Seguramente se habría enamorado en algunas ocasiones y sintió con tanta pasión el romance como su amor a los Beatles, quienes le hicieron tomar los instrumentos y crear su mundo.
Cuando faltaba poco para que dieran las seis de la mañana, mi investigación se detuvo, y al tratar de dormir, recordé que era el artista que había venido a una edición del Festival Marvin en 2014, año en que por un malestar emocional y desganas, había vendido mi boleto.
No me sentí mal, sino que dormí tranquila sabiendo que me había encontrado de nuevo.
Cinco años después, en una reunión de la oficina en la que me encontraba lidiando internamente con mi ansiedad, supe que Daniel había muerto. Se fue en la noche del 10 de septiembre y un tweet me lo avisaba de golpe.
Segundos antes había visto otro que decía: "No estés triste, sé que lo harás, pero no te rindas hasta que
el amor verdadero te encuentre".
La noticia se sintió como un golpe de agua fría y busqué unos ojos que pudieran entender la pérdida, mí pérdida. La última vez que lo había escuchado con detenimiento había sido justamente con "True Love Will Find You in the End" sonando en mi baño.
Era otro sábado de no sé qué mes, pero recuerdo que monté un refugio en uno de los sanitarios de mi casa y me atrincheré en él con cervezas, estupefacientes y su música para protegerme del violento mundo que existía afuera.
La ansiedad y la ira me habían atacado fuertemente, por lo que hoy, trayendo a mi memoria esos recuerdos, me quedé triste y muda.
En internet, la partida de Daniel corrió rápido y en pocos segundos se hizo tendencia. Cerca de 51, 700 personas hablaban de él y la portada del "Hi, how are you?" aparecía en todos lados. Las estúpidas lágrimas me hicieron salir de la redacción y dirigirme al baño en donde no pude llorar. Salí tarde de la oficina y cuando caminé a casa descargué su disco "1990" en mi teléfono.
La ansiedad y los fantasmas han estado muy presentes estos días y, a unas horas de haber dejado el mundo, Daniel estaba otra vez ahí para sostenerme.
El silencio que rompió en mis oídos me hizo llorar desde metro Balderas hasta la terminal de Rosario. Al llegar a mi casa, acariciar a mí perro y abrazar a mi padre, Daniel siguió a mi lado.
No sé ni termino de imaginar cómo habrá sido su muerte. No sé si le dolió o si tuvo miedo. Tampoco si fue consciente de lo que estaba pasando, pero es seguro que ahora su estrella titila brillante en el cielo con un color especial.
Su voz y música difícilmente serán olvidadas, porque cada vez somos más los inadaptados que encontramos cobijo en ellas. Francamente creo que no hay otra forma de describirlo más que como la luz al final del túnel que te espera para iluminarte cuando las cosas se ponen feas, y tristes y no crees poder lograrlo.
El viaje de despedida fue uno de los más tristes que he tenido: por un momento dejé mi realidad para entrar a la suya y sentirme a salvo.
Si por llorona jamás lo vi en vivo ni pude decirle nada, por llorona regresé una y cien veces a buscarlo.
Jamás olvidaré nuestro fuerte en el baño ni el consuelo que fue cuando me ayudó a sopesar la ausencia del amor perdido, ni cuando me abrazó por primera vez y no me soltó nunca.
Mañana bailaré con fuerza y creeré en la promesa que nos hizo al decir que el amor verdadero está ahí, afuera, esperando a que nos paremos en la luz correcta para encontrarnos.
Hasta siempre, querido Daniel Johnston.
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